Hay refranes
tan arraigados en la mente de todos que parece que alguien los hubiera grabado con tinta indeleble al nacer. Año nuevo, vida nueva. Como si nuestros defectos, preocupaciones y
miedos se desintegraran en el aire al acabar la última campanada. Como si no
volviéramos a las mismas viejas rutinas horas después. Como si la resaca del
día siguiente no nos bajara a la realidad y no perdiéramos la lista de
propósitos en las esquinas de algún cajón destartalado del sótano. Como si
tuviéramos que plantearnos todos los desbarajustes e inestabilidades de nuestra
efímera vida una única noche al año. Como si no hubiera una belleza innata en
el hecho de comenzar un nuevo año conservando íntegramente cada pequeña parte de
nosotros.
Corriendo el
riesgo de nadar a contracorriente, me gustaría reivindicar que yo no quiero una
vida nueva. Y lo siento por aquellos intrépidos cobardes que piensan que se
puede huir del pasado. Quiero seguir siendo un desastre con insomnio a la que
se le ocurren las mejores ideas a horas en las que solo los búhos le hacen
compañía. Quiero seguir viviendo en un país que me rompe los esquemas a cada
segundo y hace que esté más cerca de la persona en la que siempre me he querido
convertir. Porque nadie sabe lo que es la incandescencia si no ha bailado con
el frío pisándole los talones y ha visto castillos olvidados en acantilados que
no tienen nada que envidiar a la libertad. Quiero seguir comprando más libros
de los que mis estanterías son capaces de almacenar y seguir invirtiendo la
mayor parte de mi tiempo con las personas enormes que me enseñan que cada día
cuenta.
Lo que intento
con esto no es desacreditar las intenciones de nadie, sino haceros ver que no
somos nadie sin nuestro pasado. Que el “borrón y cuenta nueva” es para los
irresolutos que no entienden de superación. Porque deberíamos aprender a que
los desperfectos y los fallos del sistema –o del corazón- se intentan arreglar
antes de tirarlos a la basura. Y claro que tengo propósitos. Pero no son
propósitos escritos a contratiempo el último día del año, sino que están
escritos día a día para recordarme que siempre hay algo por lo que luchar. Algo
por lo que superarte a ti misma. Y es que quiero reírme más y preocuparme menos
por números que hace mucho dejaron de tener el poder de etiquetarme. Dejar la
perfección para aquellos que no encuentren armonía y humanidad en los defectos.
Decir lo que pienso hasta cuando mi voz tiemble como una vez dijo Maggie Kuhn. Viajar,
querer más y discutir menos. Y pasarme cada día del 2015 buscando excepciones
inefables que me recuerden que no todo está perdido ni todos estamos tan vacíos.
Feliz 2015.
Y que sea una
nueva forma de sumar experiencias, no una cuenta a cero.